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viernes, 20 de abril de 2018

Morir lentamente en vida

Alto y claro.

Fuente: “Alegría” de Álex Rovira y Francesc Miralles.

Los cambios lentos, casi imperceptibles, acaban convirtiéndose en parte de nuestra realidad sin apenas darnos cuenta, pero, a la larga, pueden resultar fatales.

Hay una resignación perezosa que podemos llamar “paz barata”, que, en realidad, acaba saliendo muy cara. Es la falsa calma que sentimos cuando no queremos enfrentarnos a una realidad disfuncional o desagradable, porque nos supondría replantearnos muchas cosas.

Seguimos en una relación sentimental, en un trabajo o haciendo una actividad que nos va matando lentamente en vida, para evitar hacer el esfuerzo que conllevaría un cambio.

La adaptación progresiva puede llevarnos a una muerte lenta, física o psíquica, sin darnos cuenta.

Hay personas que han ido perdiendo la alegría de vivir, lenta e imperceptiblemente, a base de resignación y no son conscientes de ello.

Según la teoría de la adaptación progresiva, si te encuentras en un entorno tóxico, acabas aceptando y asumiendo que eso es lo normal.

La fábula de “La rana que no sabía que estaba hervida” del filósofo Olivier Clerc ilustra muy bien lo que acabamos de decir.

Imaginad una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. La cazuela se está calentando a fuego lento. Al cabo de un rato el agua está tibia. A la rana, esto le parece agradable, y sigue nadando.

La temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que suele gustarle a la rana. Pero ella no se inquieta y además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia.

Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más.

Así, la temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, nunca de una manera acelerada, hasta el momento en que la rana acaba hervida y muere sin haber realizado el menor esfuerzo por salir de la cazuela.

Si la hubiéramos sumergido de golpe en la cazuela con el agua a cincuenta grados, de una sola zancada ella se habría puesto a salvo, saltando fuera del recipiente.

Como la rana que se va durmiendo en el agua caliente hasta quedar escaldada, cuando nos demos cuenta, puede ser demasiado tarde, o el tren que queríamos tomar ya habrá pasado de largo.


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