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viernes, 4 de agosto de 2017

La última cena

Fuente: “La culpa es de la vaca. 2ª parte” de Jaime Lopera Gutiérrez y Marta Inés Bernal Trujillo.

Leonardo Da Vinci tardó en pintar “La última cena” siete años. Las imágenes que representan a Jesús y a los doce apóstoles, al parecer, fueron retratos de personas reales. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esta obra, cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser modelos. Leonardo seleccionó en primer lugar a la persona que representaría a la figura de Cristo. Buscaba un rostro bien parecido, libre de rasgos duros, que reflejara una personalidad inocente y pacífica. Finalmente, seleccionó a un joven de diecinueve años.

Leonardo trabajó durante casi seis meses para pintar al personaje principal de esta formidable obra. Durante los siguientes años, continuó su obra buscando a las personas que representarían a los doce apóstoles, dejando para el final a la que hiciera de modelo para Judas.

Durante muchas semanas buscó a un hombre con un rostro marcado por la decepción, con una expresión dura y fría, que identificara a una persona capaz de traicionar a su mejor amigo.

Después de muchos intentos fallidos en la búsqueda de este modelo, llegó a los oídos de Leonardo que existía un hombre con estas características en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por diversos robos y asesinatos. Da Vinci fue a visitarlo y vio ante él a un hombre de largos cabellos, que ocultaban su rostro y unos ojos llenos de rencor y odio: al fin había encontrado a la persona que hiciera de modelo para Judas.

El prisionero fue trasladado a Milán. Durante varios meses este hombre se sentó silenciosamente frente a Leonardo, que plasmaba en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando le dio la última pincelada a su obra, se dirigió a los guardias del prisionero y les dijo que se lo llevaran. Cuando salían del recinto, el prisionero se soltó de los guardias y corrió hacia Leonardo Da Vinci gritándole:

—¡Da Vinci! ¡Obsérvame! ¿No reconoces quién soy?

Leonardo Da Vinci lo estudió cuidadosamente y le respondió:

—Nunca te había visto en mi vida hasta aquella tarde en el calabozo de Roma.

El prisionero levantó los ojos al cielo, cayó de rodillas y gritó desesperadamente:

—¡Leonardo Da Vinci, mírame: soy el joven cuyo rostro escogiste hace siete años para representar a Cristo!


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