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viernes, 28 de abril de 2017

La vida no es justa

Fuente: “No te ahogues en un vaso de agua” de Richard Carlson.

La vida ni es justa ni lo será. Uno de los errores que muchos cometemos es que sentimos lástima de nosotros mismos, o por otros, al pensar que la vida debería ser justa, o que algún día llegará a serlo. La lástima es una emoción derrotista que no beneficia a nadie.

Reconocer que la vida no es justa puede resultar muy liberador, pues, cuando lo hacemos, lo que sentimos por nosotros mismos y por los demás es compasión, una emoción profunda que transmite afecto y bondad a todas las personas que la sienten y nos impulsa a hacer las cosas todo lo mejor que podamos con lo que tenemos.

Reconocer que la vida no es justa nos recuerda que a cada uno se le reparten cartas diferentes, y que la naturaleza y las circunstancias de cada cual son distintas. Nos ayuda a enfrentarnos a nuestros propios conflictos personales en los momentos en los que nos sentimos injustamente tratados o a las difíciles decisiones que hemos de tomar acerca de a quién podemos ayudar y a quién no. Casi siempre nos hace regresar a la realidad y nos devuelve el equilibrio

El hecho de que la vida no sea justa no significa que no debamos hacer todo lo que esté en nuestro poder para mejorar nuestras existencias. Muy por el contrario, eso es lo que deberíamos hacer. Cuando dejemos de sentir lástima, tal vez deseemos hacer algo provechoso.

Por sí misma, la vida no tiene por qué ser perfecta; que lo sea o no, depende únicamente de nosotros.


domingo, 23 de abril de 2017

Cuestión de actitud

Los vendedores de zapatos

El director de una fábrica de zapatos, buscando nuevas oportunidades de hacer negocio, envió a dos de sus empleados del departamento de ventas a sendos países africanos para hacer un estudio de mercado.

El primer vendedor vio que todo el mundo iba descalzo y, al poco tiempo de llegar, mandó un telegrama a su jefe:

“Las perspectivas son malas. Todas las personas andan descalzas. Nadie utiliza zapatos. No hay mercado. Regreso en el próximo vuelo”.

El segundo vendedor se encontró con la misma situación, pero envió el siguiente telegrama a la empresa:

“Perspectivas fabulosas. Aquí nadie usa zapatos. Podemos venderle al país entero. No tenemos competencia. Necesitamos más vendedores”.

La misma realidad y el mismo análisis de la misma, provocan reacciones diferentes. Todo depende de la actitud de la persona que la aprecia.


martes, 18 de abril de 2017

El elefante encadenado

Fuente: “Recuentos para Demián” de Jorge Bucay.

«Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces?

¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia:

—Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y solo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, jaló y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.

La estaca era ciertamente muy fuerte para él.

Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree —pobre— que no puede.

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez».

Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que “no podemos” un montón de cosas porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestra memoria el mensaje “No puedo y nunca podré”, pero siempre nos queda la posibilidad de volver a intentarlo de nuevo poniendo todo el corazón.


jueves, 13 de abril de 2017

Con la salvación a cuestas

La primera mitad de las vacaciones de Semana Santa, unos cuatro días, suelo ir a la playa buscando, sobre todo, descansar y recargar energía con esa terapia sanadora que recibo con tan solo ver el mar y respirar su aire.

Por las tardes, a veces, me acerco a la ciudad de Almería. El pasado lunes, fui a ver la salida de la procesión de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Pasión, un Nazareno que, con la cruz a cuestas, cae por tercera vez.

Nuestro Padre Jesús de la Salud y Pasión (Almería)

Cada cual vive este tipo de manifestaciones a su manera y yo, a pesar de sus connotaciones religiosas, no las vivo desde el punto de vista espiritual. Sin embargo, disfruto de esta antigua tradición, que cada año acompaña al “estallido” de la primavera, de un pueblo al que siento que pertenezco porque en él están mis raíces.

Disfruto de la belleza, casi siempre barroca, de algunas de sus imágenes paseando por las calles, mecidas al compás de las marchas procesionales interpretadas por las bandas de música; del “quejío” de las saetas; de los relieves y esculturas de sus tronos dorados, plateados o tallados en nobles maderas; de los minuciosos trabajos de orfebrería de sus enseres; de las filigranas bordadas en sus terciopelos, sedas, rasos...; de los delicados encajes; de la explosión de aromas de sus adornos florales, de la cera ardiendo, del incienso... entremezclados con el olor a lilas y azahar; de las torrijas y de los dulces, herencia andalusí, hechos a base de almendras y miel… y, sobre todo, disfruto de la gente. Gente que se apasiona, que llora y que reza.

Pero vuelvo al lunes santo, a la puerta de la iglesia de Santa Teresa desde la que salen las imágenes de la Hermandad de Pasión de Almería. No me gustan las aglomeraciones, pero son inevitables. Son las seis y media de la tarde. Una joven, bien parecida, se abre paso a empellones entre la multitud llevando en una silleta de bebé a un niño de unos tres o cuatro años. No tardó en formarse un altercado: al parecer la joven, que estaba bebida, drogada, o ambas cosas, comienza a insultar a las personas que le impiden el paso. En un lamentable estado, coge a su hijo en brazos y algunas personas, temiendo por la seguridad del niño, la increpan para que lo suelte. Ya en el suelo, para nuestra sorpresa, el pequeño, que tiene un aspecto cuidado y saludable, empieza a “defender” a su madre, amenazándonos con su puño cerrado. Su gesto agresivo y desafiante acompaña a la expresión de odio de sus ojos.

Alguien ha avisado a la policía municipal. Acuden dos parejas y es entonces cuando el niño se abraza fuertemente a su madre y le dice, ¡sin una lágrima!, que está asustado…

En ese momento, Jesús, el Nazareno, atraviesa la puerta de la iglesia y sale a la calle. La emoción me embarga y sobrecoge. Ese niño y su madre han conmovido lo más profundo de mi alma desde donde aflora una ¿certeza? que Juan José Benítez expone en muchas de sus obras sobre Jesús de Nazaret:

Jesús no fue crucificado por nuestros pecados, no se encarnó en la Tierra para redimirnos. ¿Redimirnos o liberarnos por nuestros pecados contra Dios? Ofender al Padre desde los mundos del tiempo y del espacio es inviable. ¿De qué podría redimir el Hombre-Dios a un niño pequeño?

Se encarnó, entre otras razones, para borrar la oscuridad mental de un tiempo y de futuros tiempos y refrescarnos la memoria: Todos somos hijos de un mismo Dios, y por tanto, hermanos y hemos recibido el inviolable patrimonio de la inmortalidad, es decir, nacemos con la salvación. Dios es un Padre amoroso que no necesita leyes escritas, ni prohibiciones, ni castigos; que no lleva la cuenta de nuestras obras y al que podemos hablar de tú a tú. Nadie escapa al amor de Dios. Nadie puede ofender a Dios. Somos los humanos los que nos empeñamos en salvar y condenar.

…Y el Nazareno comienza su recorrido por las calles de Almería.

El Hijo del Hombre vivió su propia experiencia en el tiempo y el espacio, una experiencia única, irrepetible e intransferible (como todas). Fue Él quien seleccionó un territorio y una época concretos (como todos) y vivió conforme a esos parámetros terrenales. Como esa joven madre, como ese niño pequeño…

No debemos imitar a Jesús de Nazaret. Nosotros vivimos en otros tiempos y en otros escenarios. Debemos amarlo y aceptar la servidumbre de nuestro propio “contrato” , que no es poco…

Creo no haberlo mencionado. Como en muchas otras ocasiones, fui a Almería acompañando a mi marido que es un apasionado de las procesiones de Semana Santa. Él, dada su afición por los belenes y las procesiones, dice de sí mismo, con gran sentido del humor, ser tonto de “nacimiento” y tonto de “capirote”. Me gustaría mostraros las maquetas de tronos o pasos que ha hecho con diferentes escenas de la Pasión. La música del vídeo es la marcha procesional “La Madrugá” de Abel Moreno Gómez.



sábado, 8 de abril de 2017

El Dios de la materia

Fuentes: “El día del relámpago” de Juan José Benítez y “El silencio habla” de Eckhart Tolle.

En el libro “El día del relámpago” de Juan José Benítez, primero de los libros que constituirán el epílogo de la serie “Caballo de Troya”, se dice que, al igual que los humanos somos habitados por El “Padre Azul” (Dios), la materia está habitada por el Espíritu de la Verdad (otro Dios) que también se fragmenta, desciende y habita cada gramo de lo que vemos y de lo que no vemos.

Ese Dios, el Espíritu de la Verdad, al habitar las cosas y la naturaleza, está al corriente de todo: sabe de la tersura de la mar, de sus hijos más escondidos, del silencio congelado de los glaciares, del milagro de las cosechas, de los que reptan y de los que se mueven a la velocidad de la luz, del rocío en el que te bañas, de la dolorosa inmovilidad de las rocas, de las estrellas que mueren, de las fugaces…

El espíritu de la Verdad está en la hierba, las piedras solitarias, el polvo del camino, las nubes que pasan, los horizontes, los brillos lejanos, las envidiadas aves, los monstruos marinos, los granos de arena, los animales que me salen al paso, lo que toco y lo que no toco, lo visible y lo invisible… De ahí que deban inspirarnos respeto infinito y que hablar con las cosas (supuestamente inanimadas) no sea algo tan loco. Todo está habitado por la Divinidad. Si les hablo, también le hablo…

Eckhart Tolle en su libro “El silencio habla” nos cuestiona, a modo de reflexión, sobre nuestra relación con las incontables cosas que nos rodean y que utilizamos cada día. Casi siempre, los objetos son medios para un fin y nos apegamos a ellos de manera que terminan adueñándose de nuestra vida. Sin embargo, cuando apreciamos un objeto, aunque sea brevemente, por lo que es; cuando reconocemos su ser sin proyecciones mentales, prestándole atención; cuando no podemos dejar de sentirnos agradecidos por su existencia… sentimos que en realidad no es inanimado, que solo parece inanimado a los sentidos. De hecho, los físicos confirman que, a nivel molecular, cada objeto es un campo de energía pulsante.

La apreciación desinteresada del reino de las cosas hace que el mundo que nos rodea cobre vida de un modo que ni siquiera podemos comenzar a comprender con la mente…


lunes, 3 de abril de 2017

La serpiente y el eremita

Este cuento está incluido en el libro “Las zonas oscuras de tu mente” de Ramiro Antonio Calle.

Era una serpiente que tenía aterrorizadas a muchas personas de la zona, porque había picado de muerte a quienes cruzaban por el sendero al lado del cual ella solía situarse. Un día pasó por allí un eremita y la serpiente se fue directa a morderle, pero el hombre la sosegó con su talante de serenidad y equilibrio y, una vez la hubo amansado, le dijo:

—Amiga mía, no origines más daño. Haciendo daño no consigues más que perjudicarte también a ti misma. No sigas aterrorizando a las gentes de este lugar.

La serpiente reflexionó y por fin dijo:

—Te prometo que no morderé a nadie más.

—Yo volveré a pasar por aquí dentro de unos meses —dijo el eremita, antes de partir.

Cuando los aldeanos comprobaron que la serpiente no mordía, empezaron a burlarse de ella y a maltratarla. Pero el animal cumplió su promesa. Unos meses después regresó el eremita y se quedó atónito al ver en qué estado calamitoso se encontraba la serpiente.

—Pero ¿qué te ha pasado, amiga mía?

—Al ver las gentes de por aquí que no mordía, me han maltratado.

Y entonces el eremita le dijo:

—Pero, querida mía, yo te dije que no mordieses y no que no soplases y les asustases.

Que una persona sea benevolente no quiere decir que tenga neciamente que ponerse al alcance de las personas aviesas, malevolentes y dañinas. No debe permitir que los demás le pierdan el respeto, le manipulen o castiguen. Debe autodefenderse y ser firme.