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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Los tres príncipes de Serendip

En la entrada de este blog titulada Serendipias, comenté cómo esta palabra, al parecer, procede del inglés serendipity, un neologismo acuñado por el escritor Horace Walpole (1717-1797) tras la lectura del cuento tradicional persa llamado “Los tres príncipes de Serendip” (Serendip era el antiguo nombre persa de Ceilán, la actual Sri Lanka), en el que sus protagonistas encuentran accidentalmente, sin buscarlas, gracias a su capacidad de observación y a su inteligencia analizadora, las respuestas a problemas que no se habían planteado.

Este relato, del cual he hecho una adaptación, tiene su origen en el libro de poemas “Hasht-Bihist” (Ocho Paraísos) de Amir Khusrow, escritos o compilados hacia 1302, aunque su origen es probablemente anterior.

En el país de Serendip existió, en tiempos antiguos, un rey grande y poderoso llamado Giaffer que tenía tres hijos. Muy preocupado por su educación, la confió a los mejores sabios del reino. Los tres hermanos, dotados de una gran inteligencia y extremadamente ingeniosos, pronto adquirieron los más completos conocimientos en artes y saberes.

El rey, para que siguieran atesorando sabiduría, decidió mandarles a conocer mundo. Los príncipes le obedecieron respetuosamente y partieron de incógnito hacia tierras extranjeras.

Una tarde, caminando rumbo a la ciudad de Kandahar, uno de los príncipes, el mayor, afirmó al ver unas huellas en el camino:

—Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho.

El segundo príncipe, el más sabio, señaló:

—Al camello le falta un diente.

El tercer príncipe, el más joven, añadió:

—El camello está cojo de la pata trasera izquierda.

El hermano mayor siguió diciendo:

—Este camello llevaba a un lado una carga de mantequilla y al otro, una carga de miel.

El segundo hermano bajó de su montura, avanzó unos pasos y afirmó:

—En el camello iba montada una mujer.

El hermano menor continuó:

—Es una mujer que está embarazada…

Al entrar en la ciudad, vieron a un hombre que gritaba enloquecido: habían desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres.

El mayor de los príncipes se dirigió al mercader:

—¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?

—Sí… —dijo intrigado.

—¿Le faltaba algún diente?

—Era un poco viejo y se había peleado con un camello más joven…

—¿Estaba cojo de la pata izquierda trasera?

—Creo que sí. Se le había clavado la punta de una estaca.

—¿Llevaba una carga de miel y mantequilla?

—Sí, sí… ¡una preciada carga…!

—Y lo montaba una mujer…

—Una de mis esposas…

—Que está embarazada…

—¡Sí, sí…! Decidme: ¿dónde los habéis visto?

—No hemos visto jamás ni a tu camello ni a tu mujer —le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente.

El mercader, muy irritado, convencido de que solo los ladrones podían tener toda esa información, denunció a los príncipes, que fueron arrestados y condenados a muerte acusados de robar un camello y de raptar a una mujer.

Poco antes de ser ejecutados, apareció la mujer con el camello gritando que se había perdido y que estaba a punto de dar a luz. Los viajeros fueron puestos en libertad y llevados a la presencia del emir de Kandahar que les preguntó cómo pudieron describir tan exactamente al camello sin haberlo visto. Los tres fueron explicando cómo habían obtenido sus conclusiones.

Dedujeron que el camello estaba tuerto porque habían observado que solo había comido hierba de la parte izquierda de camino, la que daba al monte y estaba más seca, mientras que la hierba de la parte derecha del camino, la más verde porque daba al río, estaba intacta. El camello no veía la hierba del río porque no veía con el ojo derecho.

Le faltaba un diente porque en el suelo, abandonados, había trozos de hierba masticada, que había caído de la boca, del tamaño de un diente de camello.

Estaba cojo porque había huellas de tres patas y señales de que arrastraba la trasera izquierda.

Sabían que llevaba una carga de mantequilla y miel porque a un lado del camino había hormigas atraídas por la mantequilla derretida y al otro, un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas atraídas por algo de miel derramada en ese lado.

Que el camello fuera conducido por una mujer lo dedujeron porque, junto a las señales de las rodillas del camello al inclinarse, vieron unas pequeñas huellas de pies sobre el barro de la orilla del río. Supusieron que la mujer estaba embarazada porque había orinado en un lado de la pendiente y había dejado en el barro las huellas de sus manos porque, debido al peso de su cuerpo, había tenido que apoyarlas en el suelo para poder incorporarse.

El Emir de Kandahar, quedó verdaderamente maravillado por la sagacidad, la inteligencia, la sabiduría de estos tres príncipes y les invitó a que se quedaran como consejeros en su reino.


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