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lunes, 20 de junio de 2016

Optimismo y sentido del humor

Fuente: “Psicohigiene” de Javier Urra.

Empecemos por un buen consejo: alejarse de los agonías, cenizos, aguafiestas, “pinchaglobos”, jeremías, y no dedicar tiempo a los que andan siempre maldiciendo.

El optimismo —una forma de pensar, de ser y de actuar— es una fuerza que incide en las diversas facetas de la vida de manera favorable. Sirve para adaptarse al medio y transformarlo e invita a reinventarse porque permite superar el infortunio, los traumas existenciales, volver a soñar el futuro y mirar a la vida cara a cara. El optimismo y la esperanza van cogidos de la mano.

Ser optimista no debe confundirse con ser pánfilo o bobalicón, ingenuo o quijotesco. Ser optimista es tender a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable.

El optimismo y sentido del humor son fuentes de salud que permiten disfrutar de la vida. Existe una relación positiva entre la puesta en práctica del humor y una mejor salud mental con menor depresión y ansiedad.

El sentido del humor es causa y resultado de una elevada madurez emocional y es una virtud hermanada con el talento, el ingenio y la creatividad. Una vida sin humor es un horror y un error.

Poseer una visión benévola del mundo y una vivencia positiva de las intenciones ajenas, suele venir acompañado de haber recibido más cariño que desafectos, pero también del olvido intencionado o de la atenuación de las experiencias negativas vividas.

El optimismo y sentido del humor pueden desarrollarse y muscularse. Ante cada situación, podemos elegir el buen o el mal humor. Podemos controlar los procesos de nuestra mente, poner cortafuegos. Podemos disciplinarnos y posicionarnos de forma constructiva. Nos hemos de imponer en el día a día erradicar los pensamientos negativos, los monólogos tóxicos, los diálogos contaminantes y activar pensamientos positivos.

A la mayoría de las personas nos genera buen humor el provocar alegría en los demás y disfrutamos de las personas que transmiten una sonrisa vital, una sonrisa que nos devuelve la vida. La gente feliz lo es porque casi todo la hace feliz y contagian felicidad. Por eso, lo inteligente es rodearse de estas personas que suman aspectos positivos a nuestra vida, personas que contagian su fuerza interior, su positivismo.

A diario busco “fuentes de energía” que recarguen mis pilas: juego con niños, me relaciono con jóvenes e intento conocer su mundo y cada vez atiendo menos a los medios de comunicación que nos intoxican destacando y abusando de los acontecimientos negativos, haciendo que nos volvamos más temerosos y agresivos y que disminuya nuestra capacidad de reflexión y creatividad.

Considero que el pesimismo es una enfermedad del alma. El desaliento, la rendición y el abandono son la única derrota. Hay quien se pasa el día quejándose en la oscuridad y hay quien enciende una vela buscando reconvertir los problemas en retos. No me gustan los quejicosos que, desde el derrotismo, evitan asumir responsabilidades.

La acepción griega de la palabra entusiasmo significa “inspiración o posesión divina”... ¡Me encantan las personas que derrochan entusiasmo!


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