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viernes, 12 de junio de 2015

Quien no te conozca que te compre

Según el Centro Virtual Cervantes, la expresión “Quien no te conozca que te compre”, es un refrán que da a entender que, a primera vista, no son evidentes los defectos de la personas o de las cosas. En un sentido más amplio, se refiere a que se conoce la malicia o el engaño de alguien.

Cuando le dices a alguien “Quien no te conozca que te compre” le estás diciendo que conoces bien sus defectos y no quieres tratos con él o ella.

Esta frase la utiliza Quevedo en “La visita de los chistes”, pero se hizo famosa gracias a un cuento andaluz recogido por Fernán Caballero y por Juan Valera.


Fuente: “Cuentos y chascarrillos andaluces” (1896) de Juan Valera.

Quien no te conozca que te compre

«No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y queremos suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.

Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido, porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar sujeto más inocente y sencillote.

El tío Cándido tenía además muy buena pasta. Era generoso, caritativo y afable con todo el mundo. Como había heredado de su padre una tierra, un olivar y una casita en el pueblo, y como no tenía hijos, aunque estaba casado, vivía con cierto desahogo.

Con la buena vida que se daba se había puesto muy lucido y muy gordo.

Solía ir a ver su olivar, caballero en un hermosísimo burro que poseía; pero el tío Cándido era muy bueno, pesaba mucho, no quería cansar demasiado al burro y gustaba de hacer ejercicio para no engordar. Así es que había tomado la costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrás cogido del cabestro.

Ciertos estudiantes sopistas, le vieron pasar un día en aquella facha, o sea a pie, cuando iba ya de vuelta a su pueblo.

Iba el tío Cándido tan distraído que no reparó en los estudiantes. Uno de ellos, que le conocía de vista y de nombre, y sabía sus cualidades, informó de ellas a sus compañeros y les animó a que hicieran al tío Cándido una burla.

El más travieso de los estudiantes imaginó entonces que la mejor y la más provechosa sería hurtarle el borrico.

Aprobaron los otros la idea y puestos todos de acuerdo, se llegaron dos con gran silencio, aprovechándose de la gran distracción del tío Cándido, y desprendieron el cabestro del animal. Uno de los estudiantes se llevó el burro, y el otro, que se distinguía por su gran frescura, siguió al tío Cándido con el cabestro asido en la mano.

Cuando desaparecieron con el burro los otros estudiantes, el que se había quedado asido al cabestro tiró de él con suavidad. Volvió el tío Cándido la cara, y se quedó pasmado al ver que en lugar de llevar un burro llevaba un estudiante.

Éste dio un profundo suspiro, y exclamó:

—Alabado sea el Todopoderoso.

—Por siempre bendito y alabado —dijo el tío Cándido.

Y el estudiante prosiguió:

—Perdone usted tío Cándido, el enorme perjuicio que sin querer le causo. Yo era un estudiante pendenciero, jugador y muy desaplicado. No adelantaba nada. Cada día estudiaba menos. Enojadísimo, mi padre me maldijo, diciéndome: eres un asno y debieras convertirte en asno.

Dicho y hecho. No bien mi padre pronunció la tremenda maldición, me puse en cuatro patas sin poderlo remediar y sentí que me salía rabo y que se me alargaban las orejas. Cuatro años he vivido en forma y condiciones asnales, hasta que mi padre, arrepentido de su dureza, ha intercedido con Dios por mí, y en este mismo momento, gracias sean dadas a su Divina Majestad, acabo de recobrar mi figura y condición de hombre.

Mucho se maravilló el tío Cándido de aquella historia, pero se compadeció del estudiante, le perdonó el daño causado y le dijo que se fuese a escape a presentarse a su padre y a reconciliarse con él.

No se hizo de rogar el estudiante y se largó más que deprisa, despidiéndose del tío Cándido con lágrimas en los ojos, tratando de besarle la mano por la merced que le había hecho.

Contentísimo el tío Cándido de su obra de caridad, se volvió a su casa sin burro, pero no quiso decir lo que le había sucedido, porque el estudiante le rogó que guardase el secreto, afirmando que si se divulgaba que él había sido burro, lo volvería a ser, o seguiría diciendo la gente que lo era, lo cual le perjudicaría mucho, y tal vez le impediría que llegase a tomar la borla de doctor, como era su propósito.

Pasó algún tiempo y vino el de la feria de Mairena.

El tío Cándido fue a la feria con el intento de comprar otro burro. Qué asombro no sería el del tío Cándido, cuando reconoció en el burro que quería venderle el gitano al mismísimo que había sido suyo y que se había convertido en estudiante. Entonces dijo el tío Cándido para sí:

—Sin duda que este desventurado, en vez de aplicarse, ha vuelto a sus pasadas travesuras, su padre le ha echado de nuevo la maldición y hele ahí, burro por segunda vez.

Luego, acercándose al burro y hablándole muy quedito a la oreja pronunció estas palabras, que han quedado como refrán:

—Quien no te conozca que te compre».


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