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sábado, 27 de junio de 2015

El cooli de Calcuta

Fuente: “101 cuentos clásicos de la India” recopilación de Ramiro Calle.

Un buscador occidental llegó a Calcuta. En su país había recibido noticias de un elevado maestro espiritual llamado Baba Gitananda. Después de un agotador viaje en tren de Delhi a Calcuta, en cuanto abandonó la abigarrada estación de la ciudad, se dirigió a un cooli para preguntarle sobre Baba Gitananda. El cooli nunca había oído hablar de este hombre.

El occidental preguntó a otros coolis, pero tampoco habían escuchado nunca ese nombre. Por fortuna, y finalmente, un cooli, al ser inquirido, le contestó:

—Sí, señor, conozco al maestro espiritual por el que preguntáis.

El extranjero contempló al cooli. Era un hombre muy sencillo, de edad avanzada y aspecto de pordiosero.

—¿Estás seguro de que conoces a Baba Gitananda? —preguntó, insistiendo.

—Sí, lo conozco bien —repuso el cooli.

—Entonces, llévame hasta él.

El buscador occidental se acomodó en el carrito y el cooli comenzó a tirar del mismo. Mientras era transportado por las atestadas calles de la ciudad, el extranjero se decía para sus adentros:

“Este pobre hombre no tiene aspecto de conocer a ningún maestro espiritual y mucho menos a Baba Gitananda. Ya veremos dónde termina por llevarme”.

Después de un largo trayecto, el cooli se detuvo en una callejuela tan estrecha por la que apenas podía casi pasar el carrito. Jadeante por el esfuerzo y con voz entrecortada, dijo:

—Señor, voy a mirar dentro de la casa. Entrad en unos instantes.

El occidental estaba realmente sorprendido. ¿Le habría conducido hasta allí para robarle o, aún peor, incluso para que tal vez le golpearan o quitaran la vida? Era en verdad una callejuela inmunda. ¿Cómo iba a vivir allí Baba Gitananda ni ningún mentor espiritual? Vaciló e incluso pensó en huir. Pero, recurriendo a todo su coraje, se decidió a bajar del carrito y entrar en la casa por la que había penetrado el cooli. Tenía miedo, pero trataba de sobreponerse. Atravesó un pasillo que desembocaba en una sala que estaba en semipenumbra y donde olía a sándalo. Al fondo de la misma, vio la silueta de un hombre en meditación profunda. Lentamente se fue aproximando al yogui, sentado en posición de loto sobre una piel de antílope y en actitud de meditación.

¡Cuál no sería su sorpresa al comprobar que aquel hombre era el cooli que le había conducido hasta allí! A pesar de la escasa luz de la estancia, el occidental pudo ver los ojos amorosos y calmos del cooli, y contemplar el lento movimiento de sus labios al decir:

—Yo soy Baba Gitananda. Aquí me tienes, amigo mío.

Porque tenemos la mente llena de prejuicios, convencionalismo y toda clase de ideas preconcebidas, se perturba nuestra visión y se distorsiona nuestro discernimiento.


lunes, 22 de junio de 2015

Creencias irracionales


Fuente: “El arte de no amargarse la vida” de Rafael Santandreu.

Existen infinidad de creencias irracionales que se transmiten por influencia social; tantas como la imaginación humana pueda inventar. Esas ideas son responsables del actual aumento de problemas emocionales entre la población.

Pueden agruparse en tres categorías:

- Debo hacer las cosas bien.

- La gente me debe tratar bien.

- Las cosas me deben ser favorables.

Cuando no se cumplen estas exigencias, nuestra mente neurótica evalúa lo que sucede como “terrible” y el solo hecho de pensar en la posibilidad de que suceda algo malo, ya nos llena de ansiedad.

El psicólogo Rafael Santandreu ha elaborado una lista de las creencias irracionales favoritas en España en estos momentos. Según él, son ideas equivocadas que producen malestar y que nos proporcionan una mala filosofía de vida.

1. Necesito tener a mi lado a alguien que me ame; de lo contrario, ¡qué vida más triste!

2. Tengo que ser alguien en la vida, aprovechar bien mis cualidades y virtudes. De lo contrario, me sentiría fracasado.

3. No puedo tolerar que la gente me menosprecie en público. Debo saber responder y defender mi imagen.

4. Debo tener un piso en propiedad. De lo contrario, soy un maldito fracasado muerto de hambre.

5. Tener salud es fundamental para ser feliz. Y lo más deseable es vivir mucho tiempo; cuánto más mejor: ¡incluso 100 años o más!

6. Tengo que ayudar a mis familiares: padres, abuelos, hijos… Mi ayuda es fundamental para su felicidad.

7. Si mi pareja me pone los cuernos, no puedo continuar con esa relación. La infidelidad es una cosa terrible que te destroza por dentro.

8. Tengo que tener una vida emocionante. De lo contrario, mi vida es un aburrimiento y, de alguna forma, un desperdicio.

9. Más siempre es mejor. El progreso siempre es bueno y consiste en tener más cosas, más oportunidades, más inteligencia…; esto es obvio en el caso de desear cada vez más cosas buenas como paz y alegría.

10. La soledad es muy mala. Los seres humanos necesitan tener a alguien cerca porque si no, son unos desgraciados.

No creernos estas ideas irracionales nos permitirá disfrutar al máximo de las ventajas de la vida moderna sin que nos volvamos neuróticos.

Nadie necesita ninguna de las cosas de esta lista. Se trata de preferencias y objetivos legítimos, pero no de condiciones indispensables para la felicidad.


miércoles, 17 de junio de 2015

Deberes para el verano

Cesare Catà, profesor de secundaria del Instituto de Ciencias Humanas Don Bosco en Le Marche (Italia), ha adquirido un gran protagonismo en las redes sociales a raíz de publicar en su página personal de Facebook los deberes que ha mandado a sus alumnos para las vacaciones de verano. Los quince puntos que constituyen el listado, hablan de la vida y de cómo aprovecharla. De alguna manera, nos recuerda al profesor John Keating, interpretado por el desaparecido Robin Williams, de la película “El club de los poetas muertos”.

Ésta es la lista de deberes, obtenida del diario digital IDEAL de Granada del día 12 de junio:

1. Por la mañana, de vez en cuando, camina solo por la orilla del mar. Mira cómo el sol se refleja en el agua, pensando en las cosas que más te gustan en la vida y siéntete feliz.

2. Intenta usar todas las palabras nuevas que has aprendido este año: podrás decir más cosas, podrás pensar más cosas y, cuanto más pienses, más libre te sentirás.

3. Lee lo máximo posible. No porque tengas que hacerlo. Lee porque el verano te inspira aventuras y sueños. Leyendo, te sentirás como los pájaros volando. Lee porque es la mejor forma de rebelión.

4. Evita todas las cosas, situaciones y personas que te hagan sentir negativo y vacío. Busca situaciones estimulantes y amigos que te aprecian y te entienden por ser quien eres.

5. Si te sientes triste o asustado, no te preocupes. El verano, como todas las grandes cosas, trastorna el alma. Intenta escribir un diario donde puedas escribir sobre tus sentimientos (y en septiembre, si quieres, lo leeremos juntos).

6. Baila; sin sentirte avergonzado. En la calle cerca de tu casa o en tu habitación. El verano es un baile. Sería una vergüenza no formar parte de él.

7. Al menos una vez, tienes que ver amanecer. Estar ahí en silencio y respirar. Cierra los ojos, agradecido.

8. Practica mucho deporte.

9. Si encuentras una persona que te gusta mucho, díselo con toda la sinceridad y la gracia de la que seas capaz. No pasa nada tanto si lo entiende como si no. Si no es recíproco, entonces no estaba previsto que él/ella formase parte de tu destino. De lo contrario, el verano 2015 es la gran oportunidad para caminar juntos (y si no funciona, vuelve al punto 8).

10. Recuerda lo que has aprendido en la escuela y consulta tus apuntes.

11. Sé feliz como el sol, indomable como el mar.

12. No digas palabrotas. Sé siempre educadísimo y gentil.

13. Disfruta de películas con diálogos emotivos, sobre todo en inglés. Esto te ayudará a mejorar tus habilidades lingüísticas y tus oportunidades de soñar. No dejes que la película acabe con los créditos. Vive la experiencia todo el verano.

14. Durante el día o la noche, sueña con cómo puede ser tu vida. Durante el verano, reúne fuerzas para no rendirte y haz todo lo que puedas para perseguir ese sueño.

15. Sé bueno.

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! este verano seguiré tus recomendaciones. ¡Prometo hacer los deberes!


viernes, 12 de junio de 2015

Quien no te conozca que te compre

Según el Centro Virtual Cervantes, la expresión “Quien no te conozca que te compre”, es un refrán que da a entender que, a primera vista, no son evidentes los defectos de la personas o de las cosas. En un sentido más amplio, se refiere a que se conoce la malicia o el engaño de alguien.

Cuando le dices a alguien “Quien no te conozca que te compre” le estás diciendo que conoces bien sus defectos y no quieres tratos con él o ella.

Esta frase la utiliza Quevedo en “La visita de los chistes”, pero se hizo famosa gracias a un cuento andaluz recogido por Fernán Caballero y por Juan Valera.


Fuente: “Cuentos y chascarrillos andaluces” (1896) de Juan Valera.

Quien no te conozca que te compre

«No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y queremos suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.

Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido, porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar sujeto más inocente y sencillote.

El tío Cándido tenía además muy buena pasta. Era generoso, caritativo y afable con todo el mundo. Como había heredado de su padre una tierra, un olivar y una casita en el pueblo, y como no tenía hijos, aunque estaba casado, vivía con cierto desahogo.

Con la buena vida que se daba se había puesto muy lucido y muy gordo.

Solía ir a ver su olivar, caballero en un hermosísimo burro que poseía; pero el tío Cándido era muy bueno, pesaba mucho, no quería cansar demasiado al burro y gustaba de hacer ejercicio para no engordar. Así es que había tomado la costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrás cogido del cabestro.

Ciertos estudiantes sopistas, le vieron pasar un día en aquella facha, o sea a pie, cuando iba ya de vuelta a su pueblo.

Iba el tío Cándido tan distraído que no reparó en los estudiantes. Uno de ellos, que le conocía de vista y de nombre, y sabía sus cualidades, informó de ellas a sus compañeros y les animó a que hicieran al tío Cándido una burla.

El más travieso de los estudiantes imaginó entonces que la mejor y la más provechosa sería hurtarle el borrico.

Aprobaron los otros la idea y puestos todos de acuerdo, se llegaron dos con gran silencio, aprovechándose de la gran distracción del tío Cándido, y desprendieron el cabestro del animal. Uno de los estudiantes se llevó el burro, y el otro, que se distinguía por su gran frescura, siguió al tío Cándido con el cabestro asido en la mano.

Cuando desaparecieron con el burro los otros estudiantes, el que se había quedado asido al cabestro tiró de él con suavidad. Volvió el tío Cándido la cara, y se quedó pasmado al ver que en lugar de llevar un burro llevaba un estudiante.

Éste dio un profundo suspiro, y exclamó:

—Alabado sea el Todopoderoso.

—Por siempre bendito y alabado —dijo el tío Cándido.

Y el estudiante prosiguió:

—Perdone usted tío Cándido, el enorme perjuicio que sin querer le causo. Yo era un estudiante pendenciero, jugador y muy desaplicado. No adelantaba nada. Cada día estudiaba menos. Enojadísimo, mi padre me maldijo, diciéndome: eres un asno y debieras convertirte en asno.

Dicho y hecho. No bien mi padre pronunció la tremenda maldición, me puse en cuatro patas sin poderlo remediar y sentí que me salía rabo y que se me alargaban las orejas. Cuatro años he vivido en forma y condiciones asnales, hasta que mi padre, arrepentido de su dureza, ha intercedido con Dios por mí, y en este mismo momento, gracias sean dadas a su Divina Majestad, acabo de recobrar mi figura y condición de hombre.

Mucho se maravilló el tío Cándido de aquella historia, pero se compadeció del estudiante, le perdonó el daño causado y le dijo que se fuese a escape a presentarse a su padre y a reconciliarse con él.

No se hizo de rogar el estudiante y se largó más que deprisa, despidiéndose del tío Cándido con lágrimas en los ojos, tratando de besarle la mano por la merced que le había hecho.

Contentísimo el tío Cándido de su obra de caridad, se volvió a su casa sin burro, pero no quiso decir lo que le había sucedido, porque el estudiante le rogó que guardase el secreto, afirmando que si se divulgaba que él había sido burro, lo volvería a ser, o seguiría diciendo la gente que lo era, lo cual le perjudicaría mucho, y tal vez le impediría que llegase a tomar la borla de doctor, como era su propósito.

Pasó algún tiempo y vino el de la feria de Mairena.

El tío Cándido fue a la feria con el intento de comprar otro burro. Qué asombro no sería el del tío Cándido, cuando reconoció en el burro que quería venderle el gitano al mismísimo que había sido suyo y que se había convertido en estudiante. Entonces dijo el tío Cándido para sí:

—Sin duda que este desventurado, en vez de aplicarse, ha vuelto a sus pasadas travesuras, su padre le ha echado de nuevo la maldición y hele ahí, burro por segunda vez.

Luego, acercándose al burro y hablándole muy quedito a la oreja pronunció estas palabras, que han quedado como refrán:

—Quien no te conozca que te compre».


domingo, 7 de junio de 2015

La camisa del hombre feliz


Cuento tradicional ruso recogido por León Tolstói (1828-1910).

Un zar que estaba siempre sumido en la tristeza dijo:

—¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure!

Entonces todos los sabios se reunieron y celebraron una junta para sanar al zar, pero no encontraron ningún remedio. Uno de ellos, sin embargo, declaró que sí era posible curar al zar.

—Si sobre la tierra se encuentra un hombre feliz —dijo—, quitadle la camisa y que se la ponga el zar. Con esto estará curado.

El zar hizo buscar en su reino un hombre feliz. Los enviados del soberano exploraron todo el país, pero no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron a nadie contento con su suerte. Uno era rico, pero estaba enfermo; otro gozaba de salud, pero era pobre; el que era rico y sano se quejaba de su mujer; otro de sus hijos. Todos deseaban algo.

Una noche, el hijo del zar, al pasar por una pobre choza, oyó que alguien exclamaba:

—¡Gracias a Dios he trabajado y he comido bien! ¿Qué me falta?

El hijo del zar se sintió lleno de alegría. Inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a cambio se le entregaría cuanto dinero exigiera.

Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa. Pero el hombre feliz era tan pobre que no tenía camisa.


miércoles, 3 de junio de 2015

Adiós al colegio, adiós

Hay personas a las que no les hace mucha gracia eso de celebrar el día de su cumpleaños. Es el caso de mi marido, pero este año lo festejará con gran alegría porque, tras 38 años de “servicio”, se jubila. En esta entrada hablaré de él, pero quiero hacerlo como compañero de trabajo.

  “Yo estudié en la Pública”. Yadam.

Él es, sigo hablando en presente, maestro; maestro de escuela (¡cómo me gusta este nombre!). De esos que se han dedicado y entregado a la enseñanza pública con honestidad y responsabilidad, dando lo mejor de sí mismos. De esos que siempre han tenido las llaves del colegio, porque eran los primeros en llegar. De esos que la experiencia les ha dado un incuestionable “saber hacer”. De esos que, aunque no les faltaron propuestas, nunca quisieron cambiar la escuela por un despacho. De esos que, al no participar en el mercado del éxito, han sido libres para llamar al pan, pan y al vino, vino. De esos que son como una enciclopedia viviente… De esos que han inculcado valores a sus alumnos/as de la mejor forma que puede hacerse: con el ejemplo. De esos que se han llevado, tal vez, “demasiado” trabajo a casa. De esos que han conocido a sus alumnos/as mejor que la madre que los parió y siguen conservando su cariño y amistad a pesar del paso de los años.

Pero también es de esos maestros que se marchan cansados y desencantados porque ésta de ahora, ya no es su escuela. Una escuela en la que, para hacer una cuenta de sumar, la tienes que programar como objetivo, capacidad, competencia, contenido (conceptual, procedimental, actitudinal…) etc., etc. (y muchos etcéteras más) y llevar, además, los correspondientes registros de evaluación. Papeles, papeles, papeles. (Es, dicen, para que quede constancia). Por cierto, no sé si se habrá hecho la cuenta de sumar.

El “lucimiento” y el oropel son imprescindibles. Has de hacer fotos y vídeos de cualquier actividad que hagas, por nimia que sea… Es para que, otra vez dicen, haya constancia y, además, luego quedan muy bien en la web o blog del colegio, en el periódico escolar o en alguna revista educativa. Que se celebra el Día de la Paz… fotos. Que se celebra el Día de Andalucía… fotos. Que se celebra el Día de la mujer… fotos. Día de los derechos del niño, contra la violencia de género, de los derechos humanos, de la Constitución, del libro, del medio ambiente… ¡Ah!, ¡que no se me olvide la semana cultural! Pero ocurre una cosa: los horarios académicos no son de plastilina, no podemos ir llenándolos incesantemente de cosas importantes sin sacar otras tan importantes o quizá más. Por cierto, ¿se ha hecho la cuenta de sumar?

Y la administración, mientras tanto, dividiendo y venciendo, sacando de la chistera proyectos educativos, todos, eso sí, muy “creativos”, a través de los cuales se puede acceder a más recursos económicos y/o materiales y/o a mejorar el currículo del profesorado. (La medalla de oro es, “por fomentar la dignidad del maestro/a”, para.... ¡el Proyecto de calidad y mejora de los rendimientos escolares!).

Y lo peor de todo: al final, tampoco nos salen las cuentas del éxito/ fracaso escolar. Y yo me pregunto: ¿cómo nos van a salir si todavía no hemos tenido tiempo de hacer la cuenta de sumar?

A pesar de todo, sé que hoy le embarga esa paz interior que da la satisfacción del deber cumplido con honradez y honestidad y la cálida emoción del reconocimiento de sus alumnos/as y compañeros/as.

Para él, toda mi admiración, aunque hemos sido mutuamente, que conste, nuestros mayores críticos.

¡FELIZ JUBILACIÓN!