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jueves, 23 de abril de 2015

Cuento del fin de los cuentos

23 de abril, Día del Libro


Cuento para niños y no tan niños

Fuente: “Cuentos de intriga de la hormiga Miga” de Emili Teixidor.

«Un día en la tierra se acabaron los cuentos.

La gente, triste y aburrida, empezó a pedir cuentos a los transeúntes en las esquinas como antes mendigaban pan y queso para no morir de hambre. Ahora pedían por caridad si alguien tenía algún cuento guardado en un rincón de su casa para no morir de tedio.

Pero nadie había pensado en guardar los cuentos por si llegaban tiempos de escasez o subían de precio o se acababan como ocurría a veces con el pan, el queso, el aceite o las manzanas.

—No hay buena cosecha de cuentos esta temporada —comentaban algunos—, tendremos que esperar el año próximo.

Pero llegó el año siguiente y los cuentos no aparecían.

Los reyes y presidentes empezaron a preocuparse y decretaron que toda la población se regara la cabeza con una regadera pequeñita, como una botella de perfume, para que crecieran los cuentos. Se acababan de dar cuenta de que los cuentos nacían en la cabeza y si no cultivaban el cerebro se iban a quedar sin cuentos y sin historias para siempre jamás.

La sequía de cuentos llevó a que la gente se fuera quedando sin palabras. Primero desaparecieron las palabras bonitas y antiguas. Después las frases bonitas y bien hechas. Y más tarde empezaron a desaparecer los pensamientos buenos y bien construidos.

Como no tenían suficientes palabras para pensar bien, tampoco sabían inventar nada y así el mundo un día se paró en seco. No solamente habían ido muriendo las palabras y los pensamientos, sino que tampoco aparecían nuevas medicinas, ni más aviones, ni más electricidad. Nada nuevo de nada.

En los primeros tiempos la población iba tirando con las mismas palabras que repetían constantemente: pan, vino, comer, beber, bailar, jugar, amar y morir. Pero como las palabras eran tan pocas, ocurrió que con un simple gesto ya entendían si querían decir hambre o frío o sueño, y así murieron todas las palabras.

Sin palabras murió también el juego, las conversaciones y la compasión. Y enseguida desaparecieron las sonrisas, las razones y las lágrimas. Lo peor fue que al final murió el amor, porque si los amigos no se comunican, no saben nada uno del otro, no saben cómo son ni qué desean. El amor enferma.

De esta manera desaparecieron también los mundos lejanos, las personas desconocidas, los pensamientos ocultos, los sueños de ojos cerrados y de ojos abiertos, los personajes fantásticos, las historias imaginadas...

E incluso el futuro que no podían ver ni inventar. Los niños no sabían que tiempo atrás habían existido Blancanieves, Pulgarcito, la Cenicienta, Don Quijote y Sancho Panza, los Gigantes y los enanos, los dinosaurios, los dragones, las brujas y las hadas...

¿Habían existido alguna vez?

Cuando los reyes y presidentes se dieron cuenta de que sin historias y sin fantasías, los pueblos no podían crecer bien, la tierra ya estaba a punto de perderse por el universo y convertirse en uno de esos astros de los cuales no sabemos nada de nada. Decían:

—No nos hemos ocupado suficientemente de las palabras, hemos dejado que murieran los cuentos, y ahora no tenemos historias ni Historia. Nadie sabrá nunca quiénes somos ni por qué hemos existido.

Por suerte a última hora se acordaron de una cosa que podía salvarlos de la extinción total.

Quedaban los libros.

Se habían preservado algunas bibliotecas con palabras guardadas que nos habían dejado los antepasados. Y todas las historias que habían encendido su imaginación.

Decidieron que toda la gente llevara un papel y un lápiz en el bolsillo y que cada día anotara una palabra nueva que sacaban de los libros y anunciaban por todo el mundo en cada una de sus lenguas. Y que se la aprendieran de memoria. Una palabra nueva cada día.

Así con tiempo y esfuerzo resucitaron las palabras, y la gente volvió a entenderse o a preguntarse por qué no se entendía y a imaginar soluciones, y a inventar objetos, máquinas, cosas que no habían existido nunca, y sobre todo volvió a reír y a llorar escuchando historias de miedo, de risa, de tristeza, de aventuras, de amor...

Y gracias a los cuentos, la gente pudo vivir más vidas que la suya, y vivir su vida con mucha más fuerza».


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