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miércoles, 15 de junio de 2011

Las mujeres de mi generación

Santiago Gamboa, escritor y periodista colombiano nacido en Bogotá en 1965, es el autor del siguiente texto titulado originalmente “Mujeres” y publicado en la Revista “Cambio” de Colombia.

«Es el único tema en el que soy radical e intolerante. En el que no escucho razones: las mujeres de mi generación son las mejores. Y punto.

Hoy tienen treinta y pico, cuarenta, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo endiabladamente seductoras, a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitonea sus muslos y las hace tan humanas, tan reales. Hermosamente reales.

Casi todas, hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento. Qué importa. Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como una ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante. ¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!

Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de los Beatles, de Bob Dylan, de Lou Reed, el mejor cine de Kubrick y el inicio del boom latinoamericano, son seres excepcionales. Herederas de la “revolución sexual” de la década del 60 y de las corrientes feministas que, sin embargo, recibieron pasadas por varios filtros, ellas supieron combinar libertad con coquetería, emancipación con pasión, reivindicación con seducción. Jamás vieron en el hombre a un enemigo, a pesar de que le cantaron unas cuantas verdades, pues emanciparse era algo más que poner al hombre a trapear el baño o a cambiar el rollo de papel higiénico. Decidieron pactar para vivir en pareja, esa forma de convivencia que tanto se critica pero que, con el tiempo, resulta ser la única posible, o la mejor al menos en este mundo y en esta vida.

Son maravillosas y tienen estilo, aun cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan. Usaron faldas hindúes a los 18 años, se adornaron con collares precolombinos, se cubrieron con suéteres de lana y perdieron su parecido con María, la virgen, en una noche loca de viernes o de sábado después de bailar “El ratón”, de Cheo Feliciano, en La Teja Corrida o en Quiebracanto, con algún amigo que les habló de Kafka, de Gurdjieff y del cine de Bergman.

Al fondo de sus mochilas arahuacas había paquetes de Pielroja, libros de Simone de Beauvoir y casetes de Víctor Jara. Y al dejarnos, cuando no les quedaba más remedio que dejarnos, nos dedicaban esa canción de Héctor Lavoe que es a la vez un clásico del periodismo y del despecho, y que se llama “Tu amor es un periódico de ayer”. Se vistieron de luto por la muerte de Julio Cortázar, hablaron con pasión de política y quisieron cambiar el mundo; bebieron ron cubano y aprendieron de memoria las canciones de Silvio y de Pablo; conocieron los sitios arqueológicos de San Agustín y Tierradentro (en esa época se podía ir sin temor a la guerrilla, qué nostalgia), fueron con sus novios a las playas del parque Tayrona, durmiendo en carpa y dejándose picar por los mosquitos, porque adoraban la libertad, algo que hoy le inculcan a sus hijos, lo que nos hace prever tiempos mejores y, sobre todo, juraron amarnos para toda la vida, algo que sin duda hicieron y que hoy siguen haciendo en su hermosa y seductora madurez.

Supieron ser, a pesar de su belleza, reinas bien educadas, poco caprichosas o egoístas. Diosas con sangre humana. El tipo de mujer que, cuando uno le abre la puerta del carro para que suba, entra y se inclina sobre la silla del conductor y le abre a uno desde adentro. La que recibe a las cuatro de la mañana a un amigo que sufre, aunque sea su ex novio, porque son maravillosas y tienen estilo, aun cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan, pues su sangre no es tan helada como para no escucharnos en esa necesaria y salvadora última noche en la que están dispuestas a servirnos el octavo whisky y a poner por sexta vez esa melodía de Santana.

Por eso, para los que nacimos en la década del 60, el día de la mujer es en realidad todos los días del año, cada uno de los días con sus noches y sus amaneceres, que son más bellos, como dice el bolero, cuando estás tú. ¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!».

“La durmiente”. Tamara Lempicka.

En su difusión por la red, se le ha añadido el siguiente texto que me parece, cuanto menos, ingenioso. Me identifico con lo que se dice en él y por ello, lo confieso, me provoca una sonrisa algo maléfica.

A medida que avanzo en edad, valoro a las mujeres que tienen más de cuarenta y cinco años. Más que a cualquiera. Aquí hay algunas razones de por qué:

Una mujer de más de cuarenta y cinco, nunca te va a despertar en la mitad de la noche para preguntarte: ¿Qué estás pensando? Sencillamente porque no le interesa lo que estás pensando.

Si una mujer de más de cuarenta y cinco no quiere ver un partido de fútbol, no da vueltas alrededor tuyo. Se pone a hacer algo que ella quiera hacer y que generalmente, es mucho más interesante.

Una mujer de más de cuarenta y cinco, se conoce lo suficiente como para estar segura de sí misma, de lo que quiere, y de con quién lo quiere. Son muy pocas las mujeres de más de cuarenta y cinco a las que les importa lo que tú pienses de lo que ella hace.

Una mujer de más de cuarenta y cinco, ya tiene cubierta su cuota de relaciones “importantes” y “compromisos”. Lo último que quiere en su vida es otro amante posesivo.

Las mujeres de más de cuarenta y cinco están dignificadas. Es muy raro que entren en una competencia de gritos en medio de la ópera o en medio de un restaurante caro. Por supuesto que, si piensan que te lo mereces, no van a dudar en dispararte un tiro.

Las mujeres de más de cuarenta y cinco, son generalmente generosas en alabanzas. Ellas saben lo que es no ser apreciadas lo suficiente.

Las mujeres de más de cuarenta y cinco, tienen suficiente seguridad en sí mismas como para presentarte a sus amigas. Una mujer más joven puede llegar a ignorar hasta a su mejor amiga.

A las mujeres de más de cuarenta y cinco no necesitas confesar tus pecados; ellas siempre lo saben. Son honestas. Te dicen directamente que eres un imbécil si es lo que piensan de ti.

Tenemos muchas cosas buenas que decir de las mujeres de más de cuarenta y cinco y por múltiples razones. Lamentablemente no es recíproco.

Por cada impactante mujer de más de 45, inteligente, bien vestida, sexy, hay un hombre de más de 50.... calvo, gordo, barrigón y con pantalones arrugados haciéndose el gracioso con una chica de 20 años.


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