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domingo, 8 de mayo de 2011

La palabra, un arma poderosa

Este cuento está incluido en el libro “Reinventarse. Tu segunda oportunidad” de Mario Alonso Puig.

Cuento japonés

Había una vez un samurái que era muy diestro con la espada y a la vez muy soberbio y arrogante. De alguna manera, él sólo se creía algo y alguien cuando mataba a un adversario en un combate y, por eso, buscaba continuamente ocasiones para desafiar a cualquiera ante la más mínima afrenta. Era de esta manera como el samurái mantenía su idea, su concepto de sí mismo, su férrea identidad.

En una ocasión, este hombre llegó a un pueblo y vio que la gente acudía en masa a un lugar. El samurái paró en seco a una de aquellas personas y le preguntó:

—¿Adónde vais todos con tanta prisa?

—Noble guerrero —le contestó aquel hombre que, probablemente, empezó a temer por su vida—, vamos a escuchar al maestro Wei.

—¿Quién es ese tal Wei?

—¿Cómo es posible que no le conozcas, si el maestro Wei es conocido en toda la región?

El samurái se sintió como un estúpido ante aquel aldeano y observó el respeto que aquel hombre sentía por ese tal maestro Wei y que no parecía sentir por un samurái como él. Entonces decidió que aquel día su fama superaría a la de Wei y por eso siguió a la multitud hasta que llegaron a la enorme estancia donde el maestro Wei iba a impartir sus enseñanzas.

El maestro Wei era un hombre mayor y de corta estatura por el cual el samurái sintió de inmediato un gran desprecio y una ira contenida.

Wei empezó a hablar:

—En la vida hay muchas armas poderosas usadas por el hombre y, sin embargo, para mí, la más poderosa de todas es la palabra.

Cuando el samurái escuchó aquello, no pudo contenerse y exclamó en medio de la multitud:

—Solo un viejo estúpido como tú puede hacer semejante comentario.

Entonces sacando su katana y agitándola en el aire, prosiguió:

—Esta sí que es un arma poderosa, y no tus estúpidas palabras.

Entonces Wei, mirándole a los ojos, le contestó:

—Es normal que alguien como tú haya hecho ese comentario; es fácil ver que no eres más que un bastardo, un bruto sin ninguna formación, un ser sin ningunas luces y un absoluto hijo de perra.

Cuando el samurái escuchó aquellas palabras, su rostro enrojeció y con el cuerpo tenso y la mente fuera de sí empezó a acercarse al lugar dónde Wei estaba.

—Anciano, despídete de tu vida porque hoy llega a su fin.

Entonces, de forma inesperada, Wei empezó a disculparse:

—Perdóname, gran señor, sólo soy un hombre mayor y cansado, alguien que por su edad puede tener los más graves de los deslices. ¿Sabrás perdonar con tu corazón noble de guerrero a este tonto que en su locura ha podido agraviarte?

El samurái se paró en seco y le contestó:

—Naturalmente que sí, noble maestro Wei, acepto tus excusas.

En aquel momento Wei lo miró directamente a los ojos y le dijo:

—Amigo mío, dime: ¿son o no poderosas las palabras?

El relato dice que en ese momento el samurái comprendió como lo que para él eran simples palabras habían tenido la capacidad de alterarle más que muchos de sus anteriores contrincantes, y cómo también las palabras habían tenido la capacidad de devolverle a un estado de equilibrio y serenidad como hacía tiempo que no conocía. En aquel momento, algo en su interior empezó a transformarse.


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