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martes, 15 de enero de 2013

La voz del cantante llena la sala

Fuente: “El canto del pájaro” de Anthony de Mello.

Plácido Domingo
 “Angels”. Enya.

«Oído a la salida de un concierto:

—¡Vaya un cantante! Su voz llenaba la sala.

—Es cierto. Varios de nosotros tuvimos que abandonar la sala para dejarle sitio.

¡Curioso! Pueden ustedes conservar sus asientos, señoras y señores; la voz del cantante llenará la sala, pero no ocupará ningún espacio.

Oído en una sesión de orientación espiritual:

—¿Cómo puedo amar a Dios tal como dicen las Escrituras? ¿Cómo puedo darle todo mi corazón?

—Primero debes vaciar tu corazón de todas las cosas creadas.

¡Engañoso! No temas llenar tu corazón con las personas y las cosas que amas porque el amor de Dios no ocupará espacio en tu corazón, del mismo modo que la voz del cantante no ocupa espacio en la sala de conciertos.

El amor no es como una hogaza de pan. Si doy un pedazo de la hogaza, me quedará menos pan que ofrecer a los demás.

Puedes amar a tu madre con todo tu corazón; y a tu esposa; y a cada uno de tus hijos. Lo asombroso es que el dar todo tu corazón a una persona no te obliga a dar menos a otra. Al contrario, cada una de ellas recibe más. Si sólo amas a tu amigo y a nadie más, de hecho, lo que le ofreces es un corazón bastante pobre. Tu amigo saldrá ganando si ofreces también tu corazón a los demás.

Dios saldría perdiendo si insistiera en que le entregaras tu corazón únicamente a Él. Regala tu corazón a otros: a tu familia, a tus amigos... y Dios saldrá ganando cuando le ofrezcas a Él todo tu corazón.

Amar a Dios con todo el corazón significa hacer propias las célebres palabras de Dag Hammarskjold:

“Por todo lo que ha sido, gracias. A todo lo que ha de ser, sí”.

Esto es lo que únicamente puede darse a Dios. En este terreno Dios no tiene rival. Y comprender que en esto consiste amar a Dios significa, al mismo tiempo, comprender que amar a Dios no es obstáculo para amar incondicional, tierna y apasionadamente a los amigos.

Dios conserva un dominio indiscutible sobre tu corazón, prescindiendo del número de personas que quepan en él. Tampoco es obstáculo para Dios la presencia de dichas personas. La única amenaza podría venir de un intento, por parte de esas personas, de desvirtuar el «sí» incondicional que tú pronuncias a todos los planes que Dios pueda tener acerca de tu vida».


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