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sábado, 28 de abril de 2012

El exceso de protección a los hijos e hijas

Norman Vincent Peale

La siguiente carta la he recogido del libro “Gracias, maestros” que es, a su vez, un extracto del libro “Un minuto para la reflexión” de Juan Carlos López Rodríguez.

Está escrita por el estadounidense Norman Vincent Peale (1898 – 1993) que fue el creador de la teoría del pensamiento positivo y uno de los primeros en decirnos, antes de que los estudios médicos comenzaran a darnos la prueba empírica, que el pensamiento positivo es de gran importancia en la salud y la curación.

Trata del flaco favor que hacemos a nuestros hijos e hijas cuando los sobreprotegemos.


Carta de un padre bienintencionado

Mi querido Fred: el favor que me pides en tu carta es, por cierto, insignificante. Tu hijo Juanito no está muy contento con el empleo. Tú crees que tal vez se sentiría más feliz en otro y, sabiendo que el presidente de una gran empresa es amigo mío, me preguntas si yo podría llamarlo por teléfono y recomendarle a tu chico.

Mi primer impulso ante tu petición fue hacer precisamente lo que más o menos esperabas. Tomé el teléfono cuando, de pronto, me encontré con que estaba pensando, imagínate, en un gato. Ofuscado, colgué el teléfono.

Lo había olvidado pero el pasado viernes por la tarde, presencié una de esas escenas que hacen asomarse al vecindario a la ventana y pararse a los circundantes. En la casa de apartamentos de enfrente, el gato persa de una vecina había salido a la cornisa, varios pisos sobre el nivel del suelo, y andando por ella llegó hasta el ángulo del edificio, donde perdió el valor. No podía avanzar y no se atrevía a retroceder... El hermoso animal se sentó allí impotente y se puso a dar maullidos lastimeros. Su dueña le daba órdenes, le rogaba, trataba de hacerlo volver con halagos… Por fin llamó a los bomberos que, con una escalera, lograron bajarlo.

En esto pensaba, Fred, después de leer tu carta. Pensaba también en Juanito. Recuerdo muy bien lo cerca que estabas de él siempre que trataba de hacer algún plan o de tomar una decisión. ¿Recuerdas la vez en la que él quería construir una casita entre las ramas de tu enorme arce? Creías que era demasiado peligroso y lo convenciste para que no lo hiciera. ¿Y cuándo pensó en suspender durante un año los estudios y pagarse con su trabajo un viaje por el mundo? Tú lo consideraste una imprudencia de forma que no fue. ¿Y aquella chica con quien estuvo a punto de casarse? Opinaste que el muchacho era demasiado joven para el matrimonio. Y el empleo que tiene ahora, tú se lo conseguiste, ¿no es así?

Fred, me has pedido que ayude a Juanito. Pues bien, creo que la mejor manera de ayudarlo es decirte esto: deja de intervenir en cuanto hace tu hijo, déjalo que crezca y sea un hombre y no un niño de 1,80 metros de altura atado a unas andaderas invisibles.

¿Sabes por qué se quedó paralizado aquel gato persa en la cornisa? Porque llevaba una vida tan cuidada y protegida por todos que no sabía qué hacer en una situación en la que cualquier gato vagabundo habría retrocedido sin vacilar.

Este país, Fred, está lleno de muchachos como Juanito: simpáticos, bien educados y bienintencionados, pero también indecisos, vacilantes y blandos. A veces se muestran confusos y resentidos, otras veces se muestran apáticos y soñolientos.

¿Quiénes los hicieron así? Sus padres. Padres cariñosos, buenos, concienzudos, padres que empiezan con toda inocencia a guiar y proteger a sus hijos y terminan paralizándolos con el exceso de protección.

Oigo a la gente quejarse de que resulta cada día más difícil encontrar hombres y mujeres con don de mando en nuestra sociedad, con energía, iniciativa, confianza y audacia. Tal vez sea porque los hijos demasiado protegidos no pueden desarrollar esas cualidades. ¿Para qué habrían de hacerlo si otros le resuelven las situaciones críticas? Solo Dios sabe con qué facilidad cae un padre en esta trampa, Fred.

Es muy difícil dejar a un hijo que decida y se valga por sí mismo. Cuanto más quiere uno a sus hijos más desea protegerlos, evitar que caigan en los mismos errores que uno. Sin embargo, tienen que cometer errores. Tal es la principal forma que tienen de aprender. Privar a un hijo de la posibilidad de cometer sus propios errores es quitarle la oportunidad de progresar.

Permíteme que añada algo más: me atrevería a decir que una causa profunda del descontento de Juanito con su trabajo actual es que no se lo ha buscado él mismo.

Dile a Juanito que venga a verme, si lo desea. No le daré ninguna carta de recomendación, pero puedo darle algún consejo. Le instaré a que deje el empleo que tiene, el que le consiguió su padre, y haga frente al mundo, temeroso e inseguro, espoleado por el desafío de la crisis.

Siempre has estado orgulloso de tu hijo, Fred. Dale ahora a él una oportunidad de estar orgulloso de sí mismo.

Afectuosamente:

Norman Vincent Peale


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